A partir de una colección de viejas cartas postales, el artista plástico Fidel Sclavo extiende líneas y planos de color para dar nueva vida a estas ventanas del pasado: imagina la continuación de las calles y los muelles, islas y desiertos, las casas y personas que viven fuera de sus márgenes. Recorriendo entonces el camino inverso al común de los libros ilustrados, la poeta María Negroni se inspira en estas coloridas reinvenciones de la memoria y las hace propias. Del trabajo conjunto de estos dos artistas resulta una obra de unidad perfecta en la que las palabras y las formas se complementan y realzan hasta el punto que se vuelve difícil decidir cuál originó a cuál. Los poemas reunidos tienen la belleza amarga de la nostalgia. El fin del verano, la soledad de los libros, los días perdidos, perfectos gracias a su distancia: en Las afueras del mundo se da un pacto entre la invención y el pasado para volver habitable el presente.
Ni biografía, ni ensayo, ni poema, ni documento: objeto. Este volumen encuentra su propia forma a partir del montaje de textos e imágenes, partituras intervenidas, mapas y grafismos que, lejos de completar la figura de Satie, la diseminan para confirmar cómo se sigue escabullendo. Lo que permanece es el humor irónico y estimulante del eximio pianista de la belle époque, una imaginación fuera de lo común y su particular modo de relacionarse con sus contemporáneos.
María Negroni –como ya lo hizo en Elegía Joseph Cornell– consigue aquí lo que muchos intentaron: acceder sensiblemente a la interioridad del artista y ponerlo a dialogar activamente con nosotros a pesar de las distancias.
Pablo Gianera
Con un lenguaje poético punzante, tintes del mejor humor, el irónico, y trazos ensayísticos, este Cuaderno alemán nos invita a desandar el viaje realizado por María Negroni, recorrer varias veces una rayuela dibujada sobre el mapa germano. En esos cuadros de tiza se contiene una de las voces más importantes de la literatura contemporánea, que no cesa en su experimentación y nos entrega este cuaderno inclasificable, envolvente y necesario.
Cuaderno alemán está compuesto por pequeños ensayos poéticos, punzantes y a ratos experimentales. Siempre con humor negro y una voz inconfundible, que filtra experiencias personales y apuntes cinéfilos. Escritos bonsái que describen situaciones ocurridas en medio de caminatas por ciudades alemanas. Ahí se convierten en otra cosa: relatos luminosos sobre la violenta paradoja que encarna el primer mundo”.
Javier Corra
Cartas extraordinarias es una gran mentira, pero una de esas que ocultan verdades. Así lo advierte la autora con una cita de Jean Cocteau al comienzo del libro, que el lector debería tomar al pie de la letra antes de ingresar en este País de Nunca Jamás. En sus páginas se traza el itinerario de un viaje interno, sin movimiento, a ese lugar llamado infancia, que habita el propio cuerpo y cuyas coordenadas aún hoy resultan misteriosas. Para animarse a viajar, sólo basta tener en cuenta el punto de partida y las escalas previstas: la niñez nos ha dejado huérfanos y, durante este periplo, podremos reencontrarnos con todos los padres de nuestros amigos que, desde hace mucho tiempo, conocen de qué se trata la orfandad.
María Negroni escribió estos textos como parte del proyecto Buenos Aires Tour que compartió con el artista plástico Jorge Macchi y el músico Edgardo Rudnitzky. Allí se combinaban un conjunto de imágenes, sonidos y palabras recolectados en distintos recorridos trazados al azar sobre un mapa de la ciudad. De ese objeto original, el libro de Negroni ha conservado los puntos de interés, pero los ha reorganizado en una cartografía diferente, ahora específicamente verbal. Aislados de las imágenes y de los sonidos para los que habían sido concebidos, los textos adquieren otro sentido, recuperan su configuración distintivamente literaria. No es la versión legible de lo que era una propuesta audiovisual. Se trata de un objeto nuevo: los sitios que se describen ya no son una escala dentro de un itinerario sino pequeños destellos de una constelación imaginaria. Como la vista aérea de una ciudad que emerge desde la noche, apenas intuida en su sembradío de luces titilantes.
David Oubiña