La obra de Steven Millhauser es de una belleza díscola. En ella se dan cita personajes que suelen ser, a la vez, exiliados de la infancia y cazadores de objetos. Hay que verlos moverse por los laberintos de una modernidad, apenas incipiente y ya en ruinas, encontrar todo en sus “máquinas de soñar” porque la tristeza, se sabe, es un escudo pero también una astucia.
La literatura, pareciera sugerir Millhauser, se mueve, como todo ensoñadero, entre la vacilación, el desacato y la delectatio, no para representar algo, sino para que la representación ceda sus derechos a la eterna invención de lo mismo.
María Negroni
De su vasta producción, se conoce ahora en castellano, traducido por la poeta María Negroni, Hotel Insomnio, volumen publicado en inglés en 1992. ¿Y qué es este libro sino un condensado de cada una de las invariables que pone en juego el poeta, desde sus primeras publicaciones de fines de los años sesenta hasta las más recientes? Entre aquellas constantes puede señalarse la suspensión de lo sublime. O su derrota. La ironía, que nunca se queda atrás. Simic siempre lleva las cosas lo más lejos posible, y logra que el poema experimente la sensación de grandeza en la miseria. Otro tanto ocurre con la imagen, compacta y compleja, arriesgada y precisa, como para poder reemplazar lo que muchas veces se confía al énfasis retórico. Y acaso en eso consiste lo que llamamos estilo, ciertas repeticiones de una estructura sobre la que puedan montarse las más diversas variaciones.
Esta hermosa edición incluye una nueva y excelente traducción de María Negroni, así como una reinterpretación gráfica de siete de los poemas más famosos de Emily Dickinson realizada por Arsenault, una artista contemporánea que, a través de sus ilustraciones de técnica mixta, acerca a los lectores de hoy la extraordinaria singularidad de la poesía de esta figura de la literatura universal.
Emily Dickinson era una gran poeta cuya vida continúa siendo un misterio. Sus poemas breves, intensos y contradictorios nos revelan un alma enigmática. Por ello su obra no puede abordarse con un criterio puramente textual. Isabelle Arsenault muestra una rica comprensión de su poesía, creando una meditación sutil sobre la vida de Dickinson y la intersección de esta con su verso.
Los cuartetos que conforman este volumen constituyen una curiosidad. No forman parte —de forma oficial— de la obra poética de Dickinson. La poeta los escribía como pequeños amuletos y los enviaba —modulándolos según su interlocutor— como si fueran regalos, acompañando flores, o imbricados adentro de la prosa de sus cartas», explica la doctora María Negroni, traductora y prologuista de esta singular obra. Encontramos cuartetos florales y turbulentos, frívolos y crispados. «A veces, hacia el final, estos poemas se vuelven elegíacos e incluso áridos o abstractos. Pero todos se inscriben contra la retórica, se burlan del énfasis, manifiestan un deseo de contravenir las reglas, de confundir categorías y definiciones, para buscar el vínculo entre órdenes de realidad diversa», afirma Negroni. «El cuarteto es el sello que marca la poesía de Dickinson, su forma omnipresente y la más elaborada. (…) A veces, de esas miniaturas incandescentes salían poemas propiamente dichos. Su importancia en el conjunto es, sin embargo, crucial.
Escrito en prosa hace más de 150 años, El poema del hachís desborda la noción de género: es una mezcla entre ensayo científico, poesía y testimonio. Baudelaire investiga, de manera erudita y lúcida, los orígenes del hachís, su uso espiritual y recreativo y, sobre todo, las alteraciones que genera en la conciencia. Se trata de una invitación a pensar el consumo como una forma de conocimiento, una “excitación de la imaginación”, que cuestiona tanto el acercamiento ingenuo a las drogas como la moralina que objeta su uso cotidiano.
Estos poemas son pequeñas errancias, meditaciones rotas, articuladas solo por el ritmo donde el sufrimiento, ciertas siluetas femeninas, la violencia, el tiempo, la muerte y el lenguaje se dan cita para cercar la búsqueda del sentido. En ellos, el silencio se inviste y se trabaja como un material, como si fuera necesario cierto desprecio por la figura para reconquistar milagrosamente el motivo. El resultado es una escritura miope que detalla hasta el exceso la textura, un entramado de arabescos o leves ideogramas que buscan dar con una forma devastada o real. Todo es aquí ligero como un pájaro, fugaz como un pájaro. En el murmullo eterno de ese vuelo, es posible intuir, tal vez, ese lugar donde, como salido de un cataclismo interior, el poeta ya no es, sin haber llegado a ser.
María Negroni
Simic es un eximio cultor del poema en prosa. En esta forma escurridiza y, si cabe, paradójica, se ha protegido siempre del orden y su crueldad, pero ahora, a los pases de magia que marcan su obra se agrega cierta estrategia de jirones, hecha de fascinación y tonalidades callejeras. Su método, es obvio, imita al de Cornell: desnudez y proliferación, zoom sobre el detalle, confianza en las revelaciones, una elección adrede de la miniatura, resaltan más los pequeños fuegos deslumbrantes. El arte —pareciera decirnos, con Cornell— lee siempre un libro interior que habla de la ciudad del alma. Pero a veces, en ciertas conjunciones, ese libro puede coincidir con el paisaje urbano que lo trama y entonces el laberinto encuentra su centro y ese centro toma la forma de una visión inasible y magnífica, como la ciudad de Nueva York.
María Negroni
De este libro, la poeta María Negroni, extraordinaria prologuista y traductora de la obra nos dice: Considerados como uno de los tesoros de la poesía lírica universal. Los sonetos son, ante todo, una música de irrepetibles endecasílabos. Un monólogo a veces dubitatívo donde priva una visión melancólica del amor, una pasión escrupulosa, compulsiva por todo aquello que se escapa. No hay en ellos emblema ni elegancia más terrible que esa fruición, plena de temblóres y pretéritos. En sus fantasmas, deseos, desencantos, y otros litigios. Labé ha proyectado su gran sombra, la sombra de su gran batalla dentro del lenguaje, que hace de la zozobra un fervor, de cirtos "dardos" una alegría profundamente dolorosa.
Figura no ortodoxa dentro del grupo surrealista (como toda mujer dentro de cualquier movimiento literario), Valentine Penrose se afilió a una propuesta esquiva, movediza y extraterritorial. La extravagancia fue su ardid. Su obra es un collage de ruinas, goce sufrido a cuentagotas y devoción por lo anticonvencional. Sus poemas, pequeños trozos impertinentes, sin sentido lineal, sin jerarquías sintácticas ni de ninguna otra índole. Al fondo, brillando, ese gran mosaico del misterio humano que es su novela gótica, La condesa sangrienta.
María Negroni
Como toda poesía, la poesía de Bataille roza del territorio de lo sagrado, busca un entendimiento que acerque, más allá de la fe o el tormento, al verdadero significado de la existencia. Su propuesta, por eso mismo, es ineludible. Levantar una estética de la detonación o, si se prefiere, una “conjura de lo soberano” contra la pulcritud encorsetada de la representación ha sido siempre, además, un acto de provocación. Habrá que leer estos poemas desde allí, recordando que la literatura es como un cuerpo, necesita respirar.
María Negroni
Gran conocedora de la literatura clásica y traductora de Eurípides, es considerada hoy en día como una de las voces mayores de la poesía norteamericana. Esta selección de poemas, concentrada alrededor del personaje fascinante de Helena, hija de los dioses, reina de Esparta, símbolo de belleza y motivo y causa de una guerra, es una de las escasísimas traducciones de su poesía a nuestra lengua.